Capital portuguesa de ropa tendida,
secando tus calles de pobreza,
señoras de sonrisas dignas de ver
mareas y cuestas que resbalan
con cada paso acercándose a tu
luz intocable;
este muro decaído, rodeado del
humo constante de tus castañas,
hechizando aún más tu ruina colorida,
y tu color- el amarillo,
reflejado en el atardecer del Tajo,
palpitando con rumores de tus canciones
y poemas:
Tu oscura iglesia de San Cristobal,
alumbrada por la presencia de una viuda silenciosa,
que se sienta cada día
a admirar su oscuro oro y su húmeda madera,
rezando,
o solo contemplando, o tal vez,
sean los mismo;
iglesias escondidas entre la suciedad de
sus fachadas, que por dentro asemejan teatros,
esperando, como ella,
su resurrección.
Ahora recuerdan solo las
paredes de azulejos, respiran tu pasado
elegante y hoy lustran tus zapatos
en callejuelas de grafftis, con honor
y mucho arte,
continuas, entre vías, tu cultura ibérica,
presa de una nación que se enamoro del
mar y amo aún más,
de su rasgado canto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario