Esperando en la orilla
estarás siempre con tu silla,
con tu pícara sonrisa, en la arena
de vuestra playa. La hicisteis nuestra
deslizando vuestra risa entre días de verano, triunfando
sobre paseos y saludos infinitos,
mis primeras conversaciones enredadas
en los colores de tus palabras;
Subidas al monte, tu humor empujando mis ganas de comer,
casas que se van como memorias, pero tu cara morena alargando
mis días desde el jardín de al lado,
resolviendo el enigma de la infancia, demostrando con preguntas de cariño
cuan grande era mi familia:
Te tuve como abuela, sin que lo fueras,
y cuando para todos fui princesa, para ti: tu reiniña,
supe de ti, el regalo de la hermandad, llena de recetas discutidas,
y un muro que no separaba ni las flores, ni los atardeceres,
vosotras erais la casa de abajo, el ángel que me acompaña;
ahora sois más, cuidando de no dejarnos solos, tomando tu lugar:
te vere siempre, en cada casa vecina,
esperando en la orilla, riendo tu sabiduría.